
Ramon Llull (I), el genio mediterráneo que creó ‘el algoritmo de Dios’
Nació en una isla conquistada por la cruz, vivió entre tres lenguas y soñó con un lenguaje universal. Fue cortesano antes que místico, programador antes de que existiera la informática, filósofo antes de que la universidad reconociera su genio. Ramon Llull (Palma, 1232–1316) es, ante todo, un desafío a las categorías. Fue muchas cosas a la vez —teólogo, lógico, poeta, científico, misionero, diplomático— pero nunca fue solo una. En una Europa de dogmas y fronteras, pensó el conocimiento como un puente.
En un tiempo en que pensar era repetir, él se atrevió a combinar. Inventó un sistema que transformaba atributos divinos en argumentos racionales. Lo llamó Ars Magna y lo propuso como herramienta universal para demostrar la verdad por medio de la razón. Con ella quería convencer a cristianos, judíos y musulmanes, no con la espada ni con la autoridad, sino con la inteligencia compartida.
“Admiro a Ramon Llull y a Juan de Herrera porque son los seres más extremadamente exagerados que conozco”, dijo Salvador Dalí, que lo entendió como pocos: no como un beato anacrónico, sino como un arquitecto de mundos. Como Herrera con El Escorial, Llull diseñó su propio monasterio interior: una obra total donde convivían la lógica, la fe, la música, la astronomía y el amor divino.
Fue creador de una obra oceánica en catalán, latín y árabe. Elevó la lengua catalana al rango filosófico, fue el primer europeo en escribir tratados teológicos en árabe y empleó el latín como llave de acceso al debate escolástico. Fundó la literatura catalana, pero también la diplomacia intercultural. Su Llibre de meravelles (1288), su Blanquerna (c. 1283) o el Llibre d’amic e amat (incluido en Blanquerna, c. 1283) no son solo joyas literarias: son manifiestos de una nueva forma de entender el saber como camino interior y ejercicio de razón.
El escritor mallorquín Cristóbal Serra lo describió como “un hombre inquieto, con una inteligencia prodigiosa y una imaginación desbordante” y denunció el olvido parcial de su legado: “Lo han reducido a un autor de libros religiosos en catalán, pero se margina su obra en latín, que, por su dificultad, casi nadie ha leído”, comentó en una entrevista indédita publicada por elDiario.es.
El legado de Llull —con más de 280 títulos conservados— abarca desde tratados de mística hasta manuales pedagógicos, desde utopías noveladas hasta diagramas algorítmicos. No buscaba acumular saber, sino ordenarlo. Y no para unos pocos, sino para todos: para sabios y campesinos, para infieles y cristianos, para el mundo entero.

La forja de un pensamiento fronterizo
A Ramon Llull no lo moldeó solo la fe ni la filosofía, sino el territorio. Nació y creció en una isla dividida, conquistada y reconfigurada: la Mallorca del siglo XIII, escenario de tensiones entre el pasado islámico y el nuevo orden cristiano impuesto por Jaume I. Una isla que no solo cambió de manos, sino de lengua, de leyes y de liturgias.
Entre 1229 y 1231, la antigua Madina Mayurqa fue tomada por la Corona de Aragón y rebautizada como Ciutat de Mallorca. Sin embargo, la cultura islámica no desapareció: persistió en las voces de los esclavos que aún rezaban clandestinamente hacia La Meca. El joven Llull se crió en medio de este cruce: una Mallorca trilingüe, conflictiva y fértil, habitada por catalanes, judíos y mudéjares. “Llull escribió en catalán, en árabe y en latín […] para hacer llegar su mensaje no solo a papas y reyes, sino también a mercaderes, mujeres y artesanos”, afirma Maribel Ripoll Perelló, filóloga y directora de la Cátedra Ramon Llull en la Universitat de les Illes Balears.
Mallorca no era un rincón periférico, sino un nodo estratégico del Mediterráneo. Desde sus puertos salían naves rumbo a Marsella, Génova, Túnez o Bugía. Circulaban mercancías, pero también códices, mapas y cosmologías. Se estima que dos tercios del tráfico marítimo de la isla tenía como destino el norte de África. El islam estaba cerca —física, comercial y espiritualmente— y para Llull no fue una amenaza, sino una interpelación.

La forja de un pensamiento fronterizo
A Ramon Llull no lo moldeó solo la fe ni la filosofía, sino el territorio. Nació y creció en una isla dividida, conquistada y reconfigurada: la Mallorca del siglo XIII, escenario de tensiones entre el pasado islámico y el nuevo orden cristiano impuesto por Jaume I. Una isla que no solo cambió de manos, sino de lengua, de leyes y de liturgias.
Entre 1229 y 1231, la antigua Madina Mayurqa fue tomada por la Corona de Aragón y rebautizada como Ciutat de Mallorca. Sin embargo, la cultura islámica no desapareció: persistió en las voces de los esclavos que aún rezaban clandestinamente hacia La Meca. El joven Llull se crió en medio de este cruce: una Mallorca trilingüe, conflictiva y fértil, habitada por catalanes, judíos y mudéjares. “Llull escribió en catalán, en árabe y en latín […] para hacer llegar su mensaje no solo a papas y reyes, sino también a mercaderes, mujeres y artesanos”, afirma Maribel Ripoll Perelló, filóloga y directora de la Cátedra Ramon Llull en la Universitat de les Illes Balears.
Mallorca no era un rincón periférico, sino un nodo estratégico del Mediterráneo. Desde sus puertos salían naves rumbo a Marsella, Génova, Túnez o Bugía. Circulaban mercancías, pero también códices, mapas y cosmologías. Se estima que dos tercios del tráfico marítimo de la isla tenía como destino el norte de África. El islam estaba cerca —física, comercial y espiritualmente— y para Llull no fue una amenaza, sino una interpelación.
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